Francisco I. Madero a más de un siglo de su muerte

Francisco José Madero Preciado   06/11/2015

Francisco I. Madero a más de un siglo de su muerte

Francisco I. Madero a más de un siglo de su muerte

Francisco José Madero Preciado

Los mártires son más recordados por su martirio que por su obra. Sin duda esta afirmación concuerda perfectamente con Francisco Ignacio Madero González, que falleció un día como hoy 22 de febrero hace un siglo. En el centenario de su muerte es preciso recordar no sólo la muerte del  hombre que encabezó el inicio del proceso de la Revolución Mexicana y que fuese traicionado por el General Victoriano Huerta, sino recordar su legado político y el de su época.

Madero después de confrontar al gobierno porfirista y lanzar el Plan de San Luis, desde la cárcel, encabezó el proceso armado que llevó al General Porfirio Díaz a dimitir a la presidencia. Incluso se puede recordar la imagen de Madero con un cabestrillo por haber sido herido en batalla en el proceso de toma de Ciudad Juárez.

Pero la lucha que tenía en mente no era una gesta armada, la lucha desde su perspectiva tendría que venir de un proceso democrático y democratizador. Proceso del cual también fue parte fundamental. Posiblemente la primera campaña política real que vivió nuestro país fue el recorrido que Madero emprendió a lo largo y ancho de nuestra nación con un solo objetivo: lograr la preferencia del voto.

No obstante, la historia siempre es caprichosa y hoy es raro encontrar, desde los libros de texto hasta la bibliografía del período de la Revolución Mexicana, algún texto que recuerde el gobierno que encabezó Francisco I. Madero como Presidente de la República. Si bien, son 10 los días que son narrados con vehemencia por historiadores y literatos, los 10 días conocidos como la Decena Trágica; mismos días que marcan la vida de su hermano Gustavo A. Madero, de la Ciudad de México, del Heroico Colegio Militar, del Estado Mayor Presidencial, del Ejército Mexicano, del propio Francisco I. Madero, pero sobre todo, del curso del ideal de la Revolución.

Por ello, en breves letras recordemos que Madero fue electo Presidente y tomó posesión del cargo el 6 de noviembre de 1911 y terminaría su mandato el 5 de noviembre de 1915. Llegó al poder en medio de un México convulsionado por la Revolución, un país enfrentado a su interior por la guerra civil que la lucha armada había generado. Sobre todo inició un gobierno en medio de carencias por la falta de recursos originada por la sublevación y el intento de regresar a la paz.

En sus quince meses de gobierno, Francisco Madero quiso reconciliar a la Revolución con los restos del antiguo régimen; pero la división del movimiento revolucionario puso fin a sus planes. Madero había establecido un régimen de libertades y de democracia parlamentaria, pero no había satisfecho las aspiraciones de cambio social que latían en las masas revolucionarias, lo que tiro por los suelos el intento de desarme de los revolucionarios y traería consigo nuevos brotes violentos en toda la nación.

Probablemente su obra más importante fue el arbitraje internacional en el cual se reconocía a México la propiedad del territorio de El Chamizal marcando los límites entre el territorio de nuestro país y los Estados Unidos. Aún cuando sus gestiones ante el gobierno norteamericano fracasaron, fue ese mismo arbitraje de 1911 el que en 1963 el presidente John F. Kennedy reconocería poniendo fin a la disputa territorial.

En el centenario de su muerte, y buscando comprender la visión de Estado de Francisco I. Madero, les dejamos un fragmento de su discurso Lucha Democrática del 14 julio 1911:

“[…]en momentos de prueba para la República, en los momentos supremos en que los que habíamos comprendido las angustias y los anhelos del pueblo, le hacíamos un llamado para que viniera a agruparse a nuestro derredor y nos alistáramos a defender la sacrosanta bandera de la libertad constitucional de nuestra patria.



En aquella época recorrí la mayor parte de la República con ese objeto y en todas partes el pueblo presuroso se acercaba a mí y con su entusiasmo me demostraba que estaba resuelto a luchar hasta vencer o morir. […]

La lucha democrática empezó a tomar un aspecto verdaderamente importante cuando se reunió la Convención Liberal Antirreeleccionista y designó quiénes eran sus candidatos, quiénes eran los candidatos del Partido Antirreeleccionista que debían de oponerse a la candidatura del General Díaz, que se creía omnipotente, que se creía irresistible. En aquélla época se nos trataba de ilusos y se decía que era una aventura inaudita aceptar una candidatura para enfrentarse al que llamaban el grande hombre de aquel tiempo. Pero esa locura, señores, muchos mexicanos estaban dispuestos a cometerla, porque lo que se llamaba locura por nuestros enemigos se llamaba heroísmo por el pueblo, se llamaba abnegación por todos los mexicanos que comprendían que cualquiera que aceptase esa candidatura aceptaba la jefatura del partido del pueblo para luchar por la reivindicación de sus derechos. Y entonces, en aquella época, a mí me cupo la honra de ser designado por el pueblo para llevarlo a la lucha contra la dictadura. Acepté esa honra sin vacilar, porque yo sabía que contando con el pueblo sería bastante fuerte para vencer al dictador; pero esa locura de enfrentarse al dictador fue algo tan inesperado en México que por lo pronto fue recibida con sorpresa; se dudaba de que quienes habíamos aceptado, nos diéramos cuenta de la inmensa responsabilidad que recaía sobre nosotros. […]

Pero ahora que ya hemos conquistado nuestros derechos, que hemos conquistado nuestras caras libertades, que hemos derrocado esa dictadura que parecía eterna, que parecía omnipotente, ahora que el pueblo ha conquistado su soberanía, ahora se abre en nuestra patria una nueva senda para el pueblo; va a gobernarse por sí solo, va a marchar sin tropiezo alguno por la ancha vía del progreso dentro de la libertad y de la ley.

Quiero que se dé bien cuenta todo ciudadano de la inmensa responsabilidad que ha contraído con la patria. Si bien es cierto que ahora todos gozan del privilegio de ser libres, todos pueden manifestar sus opiniones, todos pueden dar amplia expansión a sus sentimientos generosos, también lo es que han contraído una gran responsabilidad, porque aparejados a esos sagrados derechos, derechos que han conquistado, existen sagrados deberes para con la patria, los deberes que tiene todo ciudadano para salvar a su patria en todas las esferas sociales, en todos los campos de la actividad humana. […]

El pueblo debe, pues, ver en sus gobernantes a sus servidores, y no esperar todo de ellos; todo debe esperarlo de sí mismo, y así como su libertad la ha conquistado únicamente él con su esfuerzo, así ahora para reconstruir a la patria, para encaminarla por el sendero del progreso todo debe esperarlo de sí mismo, de su esfuerzo propio, de su esfuerzo individual y colectivo.

No os quejéis vosotros a vuestros gobernantes, si los beneficios de la revolución no son inmediatos; no depende de vuestros gobernantes, depende de las circunstancias mismas porque atraviesa la República. Necesitamos un esfuerzo constante, continuo, de todos los ciudadanos para mejorar la situación del pueblo, para elevar al ciudadano, para mejorar la situación de las clases proletarias que tanto han sufrido bajo la pasada administración; pero como lo he dicho en otras oportunidades, la situación del obrero y de la clase proletaria no se mejorará con leyes ni decretos, sino con el esfuerzo constante de todos los ciudadanos; reprimiendo sus vicios, practicando el ahorro, que es la base de la riqueza, procurando desarrollar las virtudes del ciudadano, porque hombre virtuoso es hombre felíz, porque la felicidad radica dentro de nosotros mismos y no depende de las circunstancias que nos rodean.”

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